RENE de la Barra Saralegui
Autor Chileno
*Impresionante analista
CUANDO NADA ERA POSIBLE, TODO ERA POSIBLE.
En los últimos períodos de la dictadura de Augusto Pinochet,
se llegó a la conclusión que cualquier proyecto de sociedad futura, pasaba por
la caída del tirano. Así de simple. Por lo tanto, dichos proyectos estaban
supeditados al objetivo inmediato de derrocar al gobierno neoliberal y
antidemocrático que éste encabezaba.
La manzana de la discordia, se transformó entonces, en el
fruto de la concordia. Pinochet fue entronizado a un nivel que iba incluso más
allá de sus propios sueños narcisistas. Ya no era sólo el obstáculo más
evidente para cada uno de los proyectos de sociedad que se comentaban en
sordina, sino que era el hecho político en sí; todo el quehacer de la política
chilena giraba en torno a él; su caída, era el leitmotiv para la mayoría de la población;
su permanencia, lo era, para la derecha.
De tal forma que la unidad contra la dictadura, se logra a
partir de una suspensión. Se suspenden o dejan en suspenso, proyectos sociales
que se debatían en las universidades, los partidos (al menos, en las bases, que
no formaban parte de la aristocracia política chilena), los movimientos
sociales, los hogares, y en general, con mayor o menos profundidad, en toda la
sociedad chilena. En aquel entonces, no era lo mismo ser demócrata-cristiano
que socialista; entre los socialistas, había un amplio abanico de miradas (con
los respectivos caudillismos, por cierto); la Izquierda Cristiana tenía voz
propia; el Partido Comunista tenía su propia perspectiva de la realidad, y
existían una serie de otros movimientos menores, cuyo aporte no debía ser
pasado por alto. Los proyectos de sociedad entonces, tenían, sin duda,
diferencias, a menudo radicales; había puntos de encuentro y disenso, pero era
lo esperable, y a nadie extrañaba.
Otra vertiente riquísima, en aquella época, quizá uno de los
mayores objetos de debate, era la forma de lucha. Desde el postulado de la no
violencia activa, hasta todas las formas de lucha, pasando por la desobediencia
civil y el “copamiento de los centros de poder”, encontrábamos matices, que de
alguna manera se vinculaban al proyecto de sociedad que se pretendía construir.
Quizá aquí hubo un error transcendental. De alguna manera, cada proyecto se
arrogo una única y definitiva forma de lucha. De este modo, usando la jerga de
entonces, hubo sectores que quedaron con la impronta de “violentistas”; es
cierto que para la dictadura, todo aquel que alzara la voz era considerado un
violentista; quien lanzara panfletos, era un violentista; quien marchara por
las calles, quien leyera un discurso e – incluso – quien usara un poncho
artesanal, caía en la categoría de violentista. Sin embargo, no es en este
sentido que la jerga de la dictadura hizo su verdadero daño; ninguna
organización seria, ni una persona adecuadamente informada, podía tomarse en
serio dicho argot, a menos que fuera parte del aparato represivo o de la
indolente derecha de este país.
Sin embargo, cuando se margina a un sector de la sociedad,
de los acuerdos para lograr la salida del dictador, en razón de que su forma de
lucha no excluye la violencia – o más bien, la lucha armada, ya que la
violencia puede ejercerse sin disparar un solo tiro; cuando se excluye a dichos
sectores, se presupone que dicho grupo está dispuesto únicamente a la lucha
armada. Y más aún, se vincula dicha opción de lucha al proyecto político o
social de dicho grupo; se anquilosa la mirada, se congela el devenir y la
etiqueta peyorativa se vuelve descriptiva. No me hago ilusiones retrospectivas;
estoy claro que hay proyectos de sociedad que sólo se han logrado mantener por
la coerción represiva. Pero esto no es privativo de un proyecto en específico;
de hecho, Chile, que fue el primer país en adoptar las ideas de Friedman en su
forma más pura, lo hizo bajo una tiranía; es ilusorio pensar que en una
república pluripartidista, con sindicatos fuertes y una prensa relativamente
libre, pudiera haberse instaurado una política económica que tiene a la
desregulación del capital como uno de sus dogmas primigenios, sobre todo
considerando la pérdida de puestos de trabajo, quiebra de empresas nacionales y
abolición de las conquistas sociales que implicó.
Pero no nos apartemos de la argumentación inicial.
Veníamos diciendo que en el discurso, se fundió en un solo
concepto al proyecto de izquierda con la violencia. Es necesario aclarar que
cuando hablo de proyecto de izquierda, me refiero al proyecto político que
entonces era de izquierda; hoy, probablemente, habría que revisar su calidad de
izquierda. Se podrá argumentar que otros partidos políticos y movimientos
sociales, compartían dicho proyecto de izquierda, y sin embargo, no defendían
la lucha armada. Pues bien, justamente de eso se trata: no toda la izquierda
compartía la tesis de la lucha armada. Pero nadie, al menos en las bases –
insisto en ello – habría pensado que el método tuviera que ser privativo de un
proyecto social; para decirlo de otro modo, nadie habría pensado que una salida
pacífica tenía como corolario, un proyecto neoliberal. Sin embargo, eso fue lo
que ocurrió.
Apareció, entonces, en este punto, el primer paso a la
exclusión. Un referente de la izquierda fue marginado, toda vez que estaba
dispuesto a la lucha armada si hubiera sido necesario (dentro de esa izquierda,
lo sabemos, había grupos que ya habían comenzado a transitar por esa vía, y sin
embargo, habría que preguntarse seriamente si en realidad tuvieron un efecto
tan marginal como se pretende hacer ver, y no fueron quizá catalizadores de los
acuerdos posteriores). No puedo, hoy por hoy, respaldar esa forma de lucha; sin
embargo, la Resistencia Francesa durante la ocupación nazi, las luchas de
independencia en américa, la guerra civil de Estados Unidos, forman parte de
las epopeyas que dieron forma a nuestra civilización; pero creo que nadie, hoy
en día, denostaría la abolición de la esclavitud argumentando que se consiguió
en forma violenta. Ni qué decir de nuestras efemérides.
El fin, sin duda, no debe justificar los medios, y el medio
no debe transformarse en el fin. Pero presuponer que un fin está
irremisiblemente subyugado a un medio, es – al menos desde mi punto de vista –
interesado. Una manera de demonizar las ideas. Pero ocurrió. De ese modo,
quienes proponían una alternativa socialista, de justicia social, terminan
siendo identificados con la violencia. Y en la otra vereda, aparecen los “moderados”.
Moderados en todo. Incluso en la ilusión. Porque una vez instalada esta lógica
del discurso, pero no sólo por esta lógica, una parte de la izquierda (de las
cúpulas, sobre todo) comienzan a llamarse renovados; vale decir, inofensivos.
Inofensivos, no sólo porque no adscriben a todas las formas de lucha, sino
sobre todo, porque no constituyen un peligro para el modelo neoliberal. Pero no
es ese el término que se instala en el discurso, sino más bien la idea de
pragmatismo. Y rápidamente, se abre paso la dicotomía ideología versus
pragmatismo, como si el pragmatismo no fuera otra forma de ideología.
En este punto podemos advertir, que las fuerzas que se
oponían a Pinochet, ya no levantan banderas propias; en un comienzo, se
posponen los proyectos en pro de una unidad pragmática en la lucha contra el
dictador. Ningún proyecto es viable mientras éste permanezca en el poder. Pero,
inmediatamente, se excluye también a un sector de la izquierda, identificada
con la lucha armada, o con la posibilidad de llegar utilizarla. Podemos asumir
que en el contexto histórico en que se da todo esto, era necesario dar
garantías de buena conducta; curioso, en todo caso, tener que dar garantías de
pacifismo frente a quien ostenta todo el poder bélico del país. Hablar de arsenales
en manos de determinados movimientos de lucha, es casi anecdótico frente al
aparato armado del estado. Y sin embargo, pienso que Pinochet le temía a dichos
grupos, o más bien, a la posibilidad de crecimiento de aquellos. Le temían
también la derecha chilena y la aristocracia política chilena. Sin embargo, no
es algo que pueda argumentar en este momento. Sólo quiero dejar constancia que
para dejar el poder, el dictador necesitaba garantías, las fuerzas armadas
necesitaban garantías, la derecha necesitaba garantías; no es creíble, hoy por
hoy, pensar que habrían permitido una vuelta a la democracia, si no hubiesen
tenido la seguridad de no ser juzgados por las violaciones a los derechos
humanos, pero sobre todo, sino hubiesen estado seguros de que el modelo
económico se mantendría, en esencia, igual. De tal manera, que al vincular la
violencia con un proyecto de izquierda, como si ésta fuera una condición
necesaria para dicho proyecto y como si dicho proyecto no pudiera existir sin
ella, se dio al traste con toda posibilidad de desarrollo diferente del sistema
neo-liberal. De ahí en más, la izquierda autodenominada democrática, se había
renovado; pero tenían que rendir examen. Desde entonces, hubo dos gobiernos
socialistas: el sistema político engendrado por la dictadura, prácticamente no
se vio afectado; en lo económico, en muchos aspectos, no hicieron sino
profundizar el neoliberalismo, con más o menos subsidios a los más desposeídos.
Aprobaron el examen, y con distinción. Porque a esa altura, ya no había
banderas que defender; ya no había proyectos socialistas; sólo se trataba de
disminuir el “daño colateral”. En el discurso, se había instalado el exitismo,
el continuismo, en suma, la nada. No hubo más proyectos, no se pensó más la
realidad. La Historia parecía haber llegado a su fin (1).
Llegamos entonces a la paradoja de que cuando dictadura
torturaba a quienes pensaban diferente; degollaba para dominar por el terror;
asesinaba a quien alzaba la voz; reprimía brutalmente el menor descontento (2);
entonces, en aquellos tiempos en que todo era imposible, pensábamos que todo
era posible. En cambio hoy, en un momento de la vida del país en que uno ya no
teme por su vida cada vez plantea una idea, en que la información está al
alcance de los teclados de millones de computadoras, en que los cortafuegos de
INTERNET aún son de mal gusto, en que las redes sociales extienden casi al
infinito las posibilidades de organizarse, hoy, que todo es posible, ya nada es
posible.
Ese es el marasmo en que hemos vivimos.
Ese marasmo es indignante por si solo. Como si no hubiese
más motivos para estar indignado.
(1) Nota: No soy tan ingenuo como para no pensar que hubo
otros factores que pesaron en la política chilena post dictatorial; la caída de
los llamados socialismos reales, por ejemplo, fue un espaldarazo enorme para
los defensores del neoliberalismo; sin embargo, el fracaso de aquellos sistemas
no implica para nada el éxito del capitalismo tardío – aun así, nadie pareció
advertirlo. Hoy en día, el mundo va de crisis en crisis, en tiempos en que
campea el neoliberalismo; no hay muro de Berlín ni cortina de hierro… ¡Hasta
los chinos son neoliberales! Y sin embargo, se sigue siendo “pragmático”, no se
alzan banderas, no se construyen sueños. A esto llamo marasmo político, marasmo
económico y marasmo social.
Nadie pareció advertir, tampoco, que la instauración de
economías neoliberales en los países de la antigua órbita soviética, no
obedeció a ningún tipo de generación espontánea, ni mucho menos, una evolución
natural desde un sistema fracasado a uno exitoso, sino que tuvo directa
relación con el accionar de think thank, los organismos financieros
internacionales, la codicia de las oligarquías de cada país y de las grandes
corporaciones de capital transnacional.
(2) En los últimos dos años, el gobierno de derecha de
Sebastián Piñera, responde al descontento ciudadano con un estilo pinochetista
de represión; pero a pesar de lo salvaje, arbitraria, necia y desmedida que ha
sido su forma de responder a las demandas ciudadanas, no alcanza, ni parecen
estar dadas las condiciones para que alcance, el nivel de atrocidad del
terrorismo de estado de Pinochet. Sin embargo, la impronta genética es
innegable.
©René de la Barra Saralegui
3 comentarios:
Un sesudo análisis desde el punto de vista del ciudadano común. Digno de ser leído y compartido a nivel mundial.
Mi agradecimiento a René de la Barra por su generosidad al otorgar el permiso de publicación
Saludos
Muy buen artículo, propio de los procesos de facto que sufrimos en latinoamérica. Gracias por publicar.
Justo te cuento que Chile es muy lindo país. Vale la pena conocerlo.
Seguro que lo conoceré Norma. Gracias por tu visita a éste espacio.
Saludos
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