No me atrevería a dogmatizar, pero en cambio puedo echar al vuelo algunas consideraciones que se han hecho en torno a tan importante tema.
El suicidio es precedido de monomanía tenaz, originada como en todas las monomanías por una perturbación cerebral perfectamente definida.
Es una resultante de obcecaciones momentáneas producidas por una exaltación anímica y pasajera quizá.
Es la manifestación de una estupenda vanidad, que recurriendo a tan radical procedimiento se complace de antemano en las sensaciones que producirá en el medio que la rodea.
Paso por alto las opiniones que califican al suicidio de cobardía o de valor y me detengo en la última teoría expresada
La verdad es que los partidarios de ella hacen responsable de la mayor parte de los atentados contra la propia vida a la Prensa.
Ésta, publicando detalladamente las circunstancias que en un suicidio concurren, haciendo de cada criminal el hombre del día , incita los espíritus vanidosos a eliminarse del medio terrestre e irse al otro patio a oír allá los comentarios halagadores a que dio lugar su desesperada resolución.
Así se expresan poco más o menos algunos teorizantes, y sin embargo ya sus afirmaciones no tienen razón de Ser.
Desde hace mucho tiempo leemos habitualmente en la prensa y nos desayunamos, almorzamos y cenamos con noticias de suicidios, estas ni nos interrumpen la digestión ni nos sugieren comentarios ni causan mucho interés.
Cuando Dante discurría por las calles de Florencia (narran algunos) a paso lento, lleno de tristezas en su faz hierática y envuelto en una túnica roja, cuentan que las madres apretaban contra su corazón a sus pequeños y decían en voz baja:
- Mira hijo, ese hombre ha bajado al infierno
Un pensamiento semejante al de esas madres experimento cuando veo caminar por la calle a un ex suicida.
Ese hombre -me digo reconstruyendo bien o mal la historia de su insensatez- se encontró un día melancólico, deprimido, quien sabe porqué; víctima de uno de esos hastíos inexplicables que oprimen el corazón con garra de hierro. Tal vez la noche anterior la pasó en vela y la depresión resultante fue inmensa. Buscó un estimulante, llegó a un bar y bebió… cualquier cosa.
La excitación de sus nervios le produjo una energía ficticia; se sintió bien y pidió más alcohol, pero vino pronto el terrorífico periodo en que la mente se llena de tinieblas, en que se sienten náuseas, los músculos pierden por completo su fuerza y las manos caen a lo largo.
Luego las sombras toman el cuerpo dando tonos siniestros a los recuerdos y a las ideas. Los infortunios pasados surgen, reviviendo sensaciones que se creyeron muertas. Los temores del provenir adquieren una intensidad prodigiosa, hasta el presente es también el dolor. Ni un rayo de sol. El pesimismo asoma su cabeza ¡no hay esperanza!
El candidato a suicida se dirige a su casa murmurando “Tengo que acabar” y coge lo que hay a mano: Un cuchillo, una soga, una correa, una pistola… pero si su pulso tembloroso hizo variar la dirección de su pretensión, no despierta en el más allá, sino en su cama con las ideas demasiado confusas. El momento pasó y luego por esas calles de Dios acariciando aún su idea que ya no es pertinaz y se arraiga al cerebro con fuerza, como se arraigan en la memoria esos motivos banales y a veces fastidiosos de las canciones que hemos oído más de una vez.
Mañana el ex suicida volverá a beber y acaso entonces no temblará su pulso, y en los periódicos habrá un párrafo más y alguna señora piadosa no se atreverá a rezar un novenario por aquella alma imaginándose que así se ofende a Dios pidiéndole piedad para un suicida cuyo espíritu debe estar atormentado por el fuego inextinguible del infierno.
La verdad en esto como en todas las cosas, es que la virtud no está en los extremos, sino en el medio.
El León no es ciertamente el más fuerte de los animales, pero posee algo merecedor de la realeza con que lo han obsequiado los antiguos, algo que muchos hombres, muchísimos, suelen no tener. Dignidad.
Nietzsche dijo: “Vivir peligrosamente” algo que yo llamaría Matarse poco a poco, porque la buscada actitud del megalómano cede ante la brutal simplicidad de los hechos.
- Cierta noche, el superhombre llamó a mi puerta, y, arrojando la máscara se echó en mis brazos sollozando… como lo que era: Un pobre muchacho vencido por la vida.
Con qué simpatía lo acogí y cómo suavemente fui insinuando el valor y la belleza de una noble prerrogativa a que todos debemos aspirar: No ser más que hombres!...
Sí, sufrir como los hombres, creer, dudar, temer, anhelar y alegrarse como los hombres, pero hay que saber dirigir las pasiones y superar las depresiones con ayuda o sin ella. El suicidio no soluciona nada, nunca ha solucionado nada. Y jamás olvidar las palabras del hombre de Nazaret, quien además nos ha enseñado a vivir dolorosamente si se quiere: “Si alguien quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame…”
Autor:Justo Aldú © J.A.S.D. 2013
Imágen: Internet
1 comentario:
Gracias Justo por estar aquí y perdón por no haberte dado antes las gracias. Ya sabes lo que te admiro querido mio.
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